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Envidia 05 Parte II

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¡Qué tontería! Me siento como una ladrona en mi propia casa. Es verdad eso que me dijo Zubovski, que es más difícil actuar con las personas más cercanas… ¡Tranquila! Boris llegará tarde esta noche… Sólo tengo que usar la copia que hemos sacado de la llave de su cajonera, buscar esos papeles, copiarlos y listo. Pero no es sólo por eso que estoy alterada… Ni siquiera es la primera vez que lo hago. Es ese asunto de las armas, no acaba por cuadrarme. Si algo llega a pasarle a Misha yo… ¡Ay! ¿Es que todas las puertas crujen así en esta casa? ¡Diablos! ¿Cuándo se ha apolillado así la madera del piso? Por cómo ha sonado, he tenido la impresión que caería a la planta baja con escritorio y todo… ¡Entra, maldita llave! ¡Hm! Pero, ¿cómo va a entrar si las manos no dejan de temblarme…? ¡Alguien viene! ¿Dónde me escondo? ¡Piensa, rápido! ¡Ahí! Tras esa cortina…

Antonina recogió las piernas, ovillándose sobre la alfombra y ocultándose entre los pliegues de grueso terciopelo. Apagó la lámpara de gas que llevaba consigo. La puerta del despacho crujió nuevamente, según su apreciación, con gran estruendo. Reconoció en seguida los pasos lentos y pesados de su marido. Le vio marcar el teléfono.

- ¿Shalikov?... Sí, soy yo.  Entonces, el tren salió de Moscú sin novedad y ellos ya están enterados. Perfecto… ¿A qué hora está confirmada la llegada? Doce de la noche… Sí, sí, yo avisaré a Yakovlev, le aseguro que capturaremos a unos cuantos cuando vayan a recibir ese supuesto cargamento de armas… No, Yakovlev no me ha dado aún el listado de los revolucionarios con los que ha entrado en contacto, pero no importa, les capturaremos en la estación. Caerán peces gordos… Muy bien, adiós.

¡Lo sabía, es una trampa!

Ivanenkov marcaba nuevamente el teléfono.

- ¿Yakovlev? Habla Ivanenkov… Confirmado para las doce. ¿Cuántos revolucionarios le acompañarán?... ¡Quince! ¿Y cuántos ha identificado?... ¿Sólo seis, incluido Smerdiakov?... Sí, sí ya sé cómo se cuidan las espaldas. Pero con que capturemos a la mitad de los que vayan esta noche, habremos logrado un gran avance en desarticular esta rama del comité… Sí, sí, mis hombres les interceptarán ahí. Te dejaremos escapar junto con algunos otros, me interesa que no sospechen de ti, espera un par de días antes de presentarte al cuartel a dar tu informe completo… Tu coartada será que se revisó el cargamento en el camino entre Moscú y San Petersburgo, algo totalmente imprevisible. Adiós – Cortó y marcó otra vez – Habla Ivanenkov… Confirmado para las doce. Lleve treinta hombres, yo voy en seguida al cuartel.

Colgó por tercera y última vez, y se retiró.

Antonina miró la hora en un reloj de péndulo. Eran las diez de la noche. Los hombres habían quedado de reunirse a las once. A penas tenía tiempo de alertarlos. Los quince minutos que esperó sin atreverse a moverse, hasta que sintió a su esposo salir de casa, se le hicieron eternos. Se abrigó y salió con sumo cuidado. Sacó su yegua favorita de la cuadra. Katiusha corrió la cortina cuando la perdió de vista e hizo un gesto de desaprobación. Era escandaloso que esa mujer no tuviera ni el más mínimo respeto por su marido. Nada más salir de casa, se escabullía como la zorra que era a juntarse con su amante. Porque estaba segura de que algo había entre ella y ese tal Pavel Lazarev.

- ¡Descarada! – gruñó la vieja criada.

Antonina tardó media hora en llegar a casa de Zubovski, la que le quedaba más cerca. Allí encontró solo a Julius y a Galina.

- Ya se marcharon – le dijo Galina al verla llegar toda alborotada.

- ¡No puede ser! ¡Van directo a una trampa! ¡Yakovlev es un traidor!

- Tenemos que alcanzarlos cuanto antes… - dijo Julius – yo voy contigo, sabemos dónde se reunirán.

- Yo también voy – dijo Galina, haciendo ademán de salir.

- No querida Galia, tú no vas a ninguna parte – replicó Julius, empujándola de los hombros y obligándola a sentarse, con un gesto cariñoso, pero firme.

- ¡Mi esposo también está ahí!

- No puedes ir – insistió Julius. Y luego dijo a Antonina – nada más hoy hemos sabido que está encinta.

Galina bajó la mirada al piso, derrotada.

- Tengan cuidado – les dijo al despedirse.

Antonina montó a la grupa de Julius, quién sabía llegar al lugar donde se reunirían los revolucionarios, que era una plazoleta a la que Antonina no habría podido llegar sola. Pero ellos ya se habían marchado, de modo que siguieron directo camino a la estación. Les vieron a apenas cinco cuadras del lugar. Algunos iban a caballo, y llevaban dos carretas en que supuso que iba el resto, y que les serviría para transportar las armas.

- ¡Alto! ¡Alto! – les gritó Antonina. Ambas mujeres desmontaron a toda prisa y corrieron hacia ellos - ¡Es una emboscada!

- ¿¡Qué!? – exclamaron varios.

Antonina distinguió rápidamente a Mijaíl, que la miraba pasmado.

- ¡Misha! ¡Ese Yakovlev es un traidor!

Yakovlev, que iba a la cabecera del grupo, es decir, el más cercano a la estación donde les esperaba la policía militar, vaciló apenas un instante, y se largó a galopar al encuentro de los suyos, que los esperaban a un par de cuadras de distancia. Aleksei, que estaba a su lado, reaccionó en seguida y fue tras él. Zubovski le siguió. Alcanzaron a verlos desenfundar sus armas y disparar antes de perderlos de vista, sin ver si habían acertado.

- ¡NO! ¡Aliosha! – gritó Julius. Antonina la sujetó como pudo, impidiendo que corriera tras él.

- ¡Dispérsense! ¡Dispérsense y traten de llegar a la imprenta! – ordenó Mijaíl a los demás. Los hombres se diseminaron rápidamente por las calles aledañas. Sólo quedaron las dos mujeres forcejeando en la mitad de la acera, luego de que las carretas pasaran raudamente en sentido contrario, aprovechando la ventaja de las cuadras que los separaban de la estación. Mijaíl se volvió a mirar hacia atrás y las vio. Decidió dejar que Aleksei y Zubovski se hicieran cargo de Yakovlev y proteger a las mujeres. Ayudó a Antonina a arrastrar a Julius hacia un callejón poco iluminado. Al cabo de un par de minutos, Aleksei y Fiodor volvían a su encuentro.

- Lo despachamos – dijo Aleksei – Ahora, rápido, hay que salir de aquí antes de que acordonen la zona.

Julius dejó de forcejear sólo una vez que comprobó que estaba sano y salvo. Antonina aprovechó la ocasión para empujarla hacia el caballo de Aleksei, e incluso la ayudó a subir a la montura. Luego montó su yegua, y los cinco salieron tan pronto como pudieron del lugar. Todo indicaba que las tropas confiaban en prenderles al interior de la estación hasta donde llegarían guiados por Yakovlev, pues no habían cerrado el perímetro y en su mayoría se encontraban dispuestos cerca de los andenes. Esto les permitió perder a sus persecutores, y llegar a un galpón en que funcionaba la imprenta que les servía de pantalla, y que se ubicaba en el barrio industrial. A esa hora ya prácticamente nadie circulaba por el sector. Aún así desmontaron tan silenciosamente como pudieron y se acercaron con sigilo.

- Supongo que Yakovlev no sabía de este lugar – le dijo Antonina a Zubovski, ya que Mijaíl fingía no prestarle atención y Aleksei ayudaba a Julius a descender del caballo.

- Por supuesto que no. Sólo nos hemos reunido con él en sitios públicos, tampoco manejaba aún nombres reales salvo el de Smerdiakov. Pero podría haber dado las señas suficientes para identificar a varios de nosotros. El problema es que no sabemos a cuantos de los nuestros logró delatar, por lo que debemos afinar un plan de escape de emergencia.

- A ninguno – respondió Anastasia – antes de venir escuché a mi marido darle instrucciones, y él le informó que tenía seis identificados, pero no le dio nombres ni señas de ningún tipo en ese momento. Esperarían a después de la redada para recabar esos antecedentes.

Zubovski se mostró gratamente sorprendido.

- ¡Vaya! Esa es la mejor noticia que podríamos tener en estas circunstancias.

Mientras ambos conversaban, Mijaíl abrió la cerradura de la puerta del recinto. Aleksei dio una palmadita en el hombro a Antonina, a modo de felicitación. Ella se sintió extrañamente satisfecha de sí misma.

Una vez adentro, Antonina advirtió que la fachada del local estaba bastante bien hecha. Lucía como un negocio cualquiera, con su mostrador y sus toscas estanterías y cajas atiborradas de impresos de autores clásicos y variados temas sin implicancias políticas. Una luz se encendió tras la sala de recepción.

- Entren, rápido – dijo un hombre que se asomó a la puerta. Antonina lo reconoció como uno de los camaradas que iba a caballo.

La trastienda era un galponcito con dos hileras de máquinas de impresión, y más estantes y cajas repletas de documentos. Otros cinco hombres habían logrado llegar antes que ellos, sin novedad. Saludaron nerviosamente a los recién llegados, y todos se sentaron donde pudieron, en silencio.

- ¿Quién… quién le disparó? – preguntó Julius de pronto, mirando con preocupación a Aleksei. Todos tuvieron la impresión de que había hablado a gritos luego de que pasaran largo rato sin decir palabra.

- Fui yo – contestó Zubovski con sequedad – No teníamos alternativa, no es que me guste la idea de disparar a un hombre por la espalda… – añadió en seguida, como disculpándose.

- Fiodor – intervino Aleksei – Si Galina pregunta le diremos que lo hice yo. En su condición no creo que sea buena idea que sepa…

- Gracias – le interrumpió Zubovski tratando de encubrir su inquietud con una sonrisa.

- Vienen varios más – dijo uno que se asomaba disimuladamente a una ventana que daba a la calle.

Oyeron como quitaban el candado, y en seguida aparecieron cinco hombres más. Entonces comenzaron a conversar con un poco de calma. Tal como Zubovski, el resto de los bolcheviques estaba muy impresionado por la acción de Antonina. Todos, salvo Mijaíl, que estaba sentado en un rincón abrazándose las rodillas y mirando el piso.

El último en llegar, alrededor de un cuarto de hora más tarde, fue Diatlov. Zubovski se marchó tan pronto comprobó que no tenían bajas, pues le apremiaba regresar pronto a casa para tranquilizar a Galina. Le acompañó Smerdiakov, quien debía abandonar de inmediato la ciudad con un pasaporte falso. Luego de los comentarios de rigor sobre el traidor y la trampa de la que se habían librado por los pelos, sus rostros asustados dieron paso a risas nerviosas.

- Creo que ya es hora de que vuelva a casa – dijo Antonina, al ver que sus "camaradas" no tenían intención de desalojar el local aún.

- Si me escuchan un momento – dijo Diatlov, alzando la voz – Quisiera proponerles un brindis por la camarada Ivanenkova, aquí presente, sin cuya valiosa colaboración en estos momentos seríamos hombres muertos. Por favor, quédese unos minutos más, camarada – y le guiñó un ojo coquetamente.

Antonina se sonrojó y no pudo evitar reír, tal como hacía el resto. Se sintió halagada y muy ridícula a la vez. Diatlov era un payaso, pero no le tenía inquina desde que supo de el chasco de su noche detenido. Con eso consideró que estaban a mano.

- ¿Y con qué pretendes que brindemos? – le dijo Mijaíl, con algo de hosquedad - ¿con agua?

- Misha, Misha… - dijo Diatlov, moviendo la cabeza de un lado a otro- ¿Con quién crees que estás hablando?

Se desabrochó el abrigo y dejó al descubierto dos botellas de vodka que llevaba atadas en el forro. Sus camaradas estallaron en carcajadas. Mijaíl meneó la cabeza esta vez.

- Kolia, definitivamente no tienes remedio.

- Tú eres un amargado. La ocasión amerita al menos un trago, no puedes negarlo.

- Yo no bebo.

Varios más se excusaron por la misma razón. Nikolai los miró uno a uno, defraudado.

- Vamos, no me hagan este desplante, ¿me dejarán con dos botellas llenas en la mano? Denle un sorbito que sea, para pasar los nervios…

Se miraron unos a otros como preguntándose qué hacer. La mayoría de los revolucionarios estaban completamente volcados a la causa, y no dejaban tiempo para diversiones de ningún tipo, por considerar que nada debía desviarlos de su objetivo final, y que debían sacrificarse por completo en aras de un bien mayor. Muchos se habían alejado incluso de sus familias.

- Yo te acompaño – dijo Aleksei de pronto.

- Ah, al fin alguien aprecia mi gesto, no como vosotros, tropa de malagradecidos.

- Trae acá esa botella – dijo Aleksei. Abrió una de ellas y bebió un sorbo directamente del gollete.

- ¡Hay que celebrar, hay que celebrar! – gritó Diatlov – Ya sabía yo que soy demasiado guapo y demasiado joven como para vérmelas con las parcas tan pronto.

- Yo… yo beberé, excepcionalmente – dijo entonces uno de los camaradas.

- Entonces ve a buscar alguna taza o algo – le contestó Diatlov. En seguida varios más se animaron a lo mismo. Finalmente todos tenían una taza o un vaso en la mano, salvo Mijaíl. Incluso Julius y Antonina compartían un jarro de aluminio - ¡Ahora brindemos por la camarada Ivanenkova!

Cada cual alzó su recipiente.

- ¡Salud!

Julius humedeció los labios y luego entregó la jarra a Antonina. Ella bebió un sorbito.

- Un momento, están olvidando a Julius – dijo – De no ser por ella no podría haber llegado a advertirles. Aleksei, ven a felicitarla como corresponde.

Aleksei se acercó algo cortado. Hizo ademán de sentarse junto a Antonina, pero ella le dejó un espacio junto a Julius.

- Lo han hecho muy bien las dos – dijo rápidamente, y se dispuso a ponerse de pie. Pero Antonina lo tomó por la manga.

- Hombre, pero que desabrido ha sido eso – dijo Antonina luego de beber otro sorbito de vodka. Tomó sorpresivamente a Julius de la mano, y la posó sobre la de Aleksei – un poco más de efusividad, que te acabamos de salvar el pellejo.

Antonina advirtió con claridad la mezcla de sentimientos en Aleksei. Seguía siendo tan predecible, obvio y transparente como cuando tenía siete años. Era evidente su atracción por la muchacha, pero sus prejuicios (estúpidos, en opinión de Antonina) sobre dedicarse por completo a la revolución y renunciar a todo le hacían mantenerse alejado de ella. Sin embargo no se decidía a enviarla a su país, y menos aún a devolverla a manos del marqués Yusúpov, pese a saber que Julius estaría más segura junto a él que con los bolcheviques. Antonina supuso que antes de eso, Aleksei preferiría dispararse en un pie, pues sus celos infundados habían quedado de manifiesto desde un principio. Si conseguía ayudar a Julius, si lograba que Aleksei advirtiera las bondades de tener una mujer, probablemente él podría también ayudarla a ella con Mijaíl más tarde. Se quedó un rato junto a ellos, logrando con su intervención hacer que hablaran con más confianza y fluidez. Miraba a hurtadillas a Mijaíl, pero él le daba la espalda, y no le prestó las más mínima atención. Frustrada, dejó a Julius y Aleksei y se acercó a Diatlov. Este, ni corto ni perezoso y ya bastante bebido, comenzó a galantearla y piropearla descaradamente. Ella le siguió el juego, y esta vez Mijaíl se mostró ciertamente molesto, aunque no intervino ni les dirigió una sola palabra. Y mientras más despecho sentía Antonina al sentirse ignorada, más bebía y más hacía caso a Diatlov.

- Eh, Tonia – la llamo Aleksei de pronto, al ver que el alcohol se le estaba yendo a la sangre, y que Diatlov la tenía abrazada por la cintura y la besaba en la mejilla – ya deberías volver a tu casa. Tu marido podría regresar…

- ¡Que va! – respondió ella con la lengua estropajosa – Con la que se ha armado esta noche ese vejestorio se quedará en el cuartel hasta bien entrada la mañana… además, nos la estamos pasando muy bien aquí, ¿verdad, Kolia?

- Cierto, preciosura… - respondió el pintor, riendo estúpidamente. Ella le echó los brazos al cuello.

- Esto se está poniendo feo – le susurró Julius a Aleksei – Es mejor que hagas algo, mira, Misha parece que echa humo por las orejas. Ese otro par está como cuba…

Aleksei se levantó de un brinco y se acercó a la pareja.

- Paren de una vez este espectáculo – les dijo – No podemos quedarnos aquí más tiempo, ya comprobamos que estamos todos y debemos dispersarnos. Mijaíl, ¿puedes llevar a Antonina hasta su casa?

Mijaíl alzó su amoscado rostro con desprecio.

- Que la lleve Nikolai.

- Kolia está ebrio – le dijo Aleksei – vamos, alguien debe acompañarla de vuelta, es muy tarde para que ande por allí sola y… en estas condiciones.

- Llévala tú, entonces.

- Tengo que dejar a Julius en casa de Zubovski.

- ¡Ah, déjame en paz, Aleksei! Yo llevaré a Julius. Si tanto te interesa, hazte cargo tú de lo que pase con esa furcia… ¡Yo no quiero tener nada que ver con ella!

Todas las voces se silenciaron bruscamente. Ni el mismo Mijaíl se creía capaz de haber dicho aquello, pero aun así, ni se retractó ni pidió disculpas. Antonina no daba crédito a lo que acababa de oír, se quedó helada. Aleksei la tomó del brazo y la hizo caminar hacia la salida.

- Ven conmigo – le dijo suavemente.

Ella lo siguió cabizbaja. Antes de cruzar la puerta apuntó a Mijaíl con el dedo.

- ¡Eres un imbécil! ¡Te odio! – le gritó enfurecida - ¡Todo esto lo estoy haciendo por ti! ¡Vas a arrepentirte de haberme tratado de esta forma! – y dio un portazo que quedó retumbando en los oídos de los bolcheviques.

Pero una vez fuera del recinto un puchero anunció que el llanto estaba próximo.

- ¿Puedes montar? – le preguntó Aleksei, haciéndose el ánimo de que lloriquearía el resto del camino.

Ella asintió y él la ayudó a encaramarse sobre su yegua. Aleksei apenas había alcanzado a acomodarse sobre su propia montura, cuando Antonina rompió a llorar entre hipidos.

- Toma – dijo, ofreciéndole su pañuelo.

La mujer se lo quitó de las manos con brusquedad y se limpió la cara y la nariz. A ratos se calmaba, pero pronto comenzaba a hipar nuevamente. Aleksei empezó a evaluar seriamente la posibilidad de que ella les traicionara. Antonina era una mujer pasional, impulsiva, y por sobre todo, irreflexiva cuando estaba dominada por una emoción intensa.

Antonina tiene razón en una cosa…  ¡Karnakov es un completo imbécil! Si no quiere hacerle caso, al menos podría  no tratarla como si fuera una ramera. Ahora por su culpa dependemos de que alguien la convenza de no hacer nada. ¿Y quién será ese alguien?.... Bingo, su seguro servidor… AGH…

- No deberías hacer caso a Mijaíl… - le dijo intentado sonar conciliador – No creo que realmente piense eso.

- ¡Por mí que se pudra en el infierno! Ojalá nunca lo hubiera conocido. No me ha traído más que problemas – y comenzó a hipar otra vez. Se sonó la nariz y le acercó el pañuelo al bolchevique.

- Eh… no te preocupes, tengo otro… - dijo él – Sobre Karnakov… se comporta así porque está celoso. No quiero justificar que haya sido tan grosero, pero no fue buena idea provocarlo así.

- Celoso… como tú…

- ¿Yo…?

- Julius es una buena chica. Se ve que te quiere muchísimo…

Alkesei se mordió el labio inferior y se apartó el cabello de la frente.

- Ella… - dijo despacio – Ella ni siquiera debería estar en este país.

- ¿Entonces por qué no la envías a Regensburg? Podrías conseguirle un pasaporte y hacerla salir de Rusia si quisieras.

- ¿Por qué te interesa tanto lo que pase entre Julius y yo?

- Hacen bonita pareja.

- No te creo nada. Tú no das puntada sin hilo… Ea, abajo, ya hemos llegado – Aleksei se apeó y la ayudó a bajar - ¿Crees que puedas llegar sola hasta tu habita…?

No alcanzó a terminar lo que decía, pues ella se afirmó de su brazo y se le doblaron las rodillas.

- ¡Lo que faltaba!

Amarró su caballo a una reja y entró la yegua de Antonina, llevando a la mujer casi a la rastra. La sentó apoyada en un árbol en el jardín y llevó al animal hasta la cuadra. Afortunadamente aún no habían repuesto las luminarias quebradas en la última protesta y la visibilidad era mala. Consiguió llegar hasta la puerta cargando a Antonina, y abrir usando la llave que ella, medio dormida, le entregó. Caminar hasta su alcoba fue un suplicio, pues ella tropezaba a cada instante y un par de veces hizo amago de largarse a llorar nuevamente. Suspiró con alivio una vez que la hubo dejado caer sobre el lecho. Pero ella se incorporó de improviso.

- Dime, Aliosha… ¿Por qué nadie me quiere? – y esta vez sí rompió a llorar – No soy tan mala… ¿o sí?

Él corrió a su lado y trató de calmarla como pudo.

- No, no eres tan mala…

- Pero sí soy algo mala…

- No he querido decir eso…

- ¡Si has querido decirlo! – chilló ella - ¡Todos piensan lo mismo de mí!

- No, de veras no lo pienso – murmuró él con nerviosismo.

- No te creo… tú también piensas que ella es mejor que yo...

- ¿Ella?

- Anastasia...

Aleksei miró en silencio su silueta borrosa. Casi no distinguía su rostro, pero de seguro tenía los ojos enrojecidos e hinchados. Y de pronto la recordó como era de pequeña. Malcriada, caprichosa, insoportable. Y rió suavemente.

- ¿Sabes algo, Tonia? Es curioso, tú y Misha son las únicas personas que me vinculan a mi infancia. A todos los demás los he perdido. Creo que sólo por eso, aunque seas una verdadera bruja, un alacrán ponzoñoso, me agradas.

- ¿Eso ha sido un halago? – contestó ella mordazmente – Porque si es así, espero que nunca me insultes.

- Tómalo como una… propuesta de tregua.

- Está bien. Tú tampoco estás tan mal, pese a ser un engreído, petulante y maleducado…

- Me alegra que al fin nos estemos entendiendo. Ahora me voy. No sería divertido que me encontraran en tu cuarto. Me ofendería profundamente que alguien pensara que soy tu amante.

- Idiota…

Aleksei volvió a reír en un murmullo.

- ¿Por qué me has llamado alacrán?

- Porque si no controlas un poco ese genio, acabarás pinchando tu propia espalda, Tonia – dijo él – tómalo como un consejo de alguien que siente… un vago aprecio hacia tu persona. Buenas noches.

- Eres un tonto… - dijo ella, sonriendo.

Él la besó en la frente y se escabulló hacia la calle tan sigilosamente como le fue posible.

Katiusha corrió la cortina de uno de los salones.

¡Pero qué zorra! ¡Ha llegado ebria y tiene dos amantes a falta de uno!


~.~.~

Cuando abrió los ojos por la mañana, dos gotas de agua tibia se le colaron, y volvió a cerrarlos, sacudiendo la cabeza. Una mano presionó el paño que tenía sobre la frente.

- ¡Quieto!
.
Cogió con su mano la que se posaba sobre el paño, reconociendo de inmediato tanto la voz como esos dedos largos y delgados.

- ¿Qué sucede?

- Tiene fiebre. Hoy guardará reposo.

- ¿Quién ha decidido eso?

Anastasia le quitó el paño de la cara, permitiéndole ver su faz risueña.

- ¡Yo! Descansará hasta el almuerzo... y luego irá al pueblo. Podrá llegar entrada la noche y por la mañana asistir al funeral.

- Ah, ya sabe usted que me es imposible discutirle nada, me quedaré aquí… - se interrumpió violentamente al fijarse que Anastasia llevaba puesto el hermoso sarafán que le había regalado su madre, y recordó de golpe todo lo que había sucedido la noche anterior. Bueno, casi todo. Luego de que le entregara el vestido las imágenes se volvían confusas - ¡Por todos los diablos! ¡Perdóneme, por lo que más quiera! No debí contarle todas esas cosas horribles…

- No se preocupe por eso.

- ¿Cómo no voy a preocuparme si la hice llorar? Lo recuerdo muy bien, estuvo usted llorando ahí, calladita, casi todo el tiempo.  No vaya a pensar que me arrepiento por querer parecer mejor persona a sus ojos, nada de eso… sé muy bien lo que soy. Pero le dije que nunca le haría daño, y sin embargo su corazón se ha llenado de pesar…

- No tiene por qué sentirse culpable. Yo agradezco su voto de confianza. Y no le juzgo. Tampoco le justifico, pero sé que en el fondo de su corazón siempre quiso ser un hombre bueno… y le digo otra cosa más, usted se equivoca al decir que su alma está perdida…

- ¿Cuá… cuándo le dije aquello?

- Antes de dormirse.

- ¿Le dije algo más?

- No, eso fue lo último. – respondió ella sin vacilar - En cuanto a su alma, pues, si hay verdadero arrepentimiento, si hay una real voluntad de cambiar, pienso que algo podemos hacer… - sonrió de esa tierna forma que dejaba al capitán totalmente embobado. Su madre tenía razón, Anastasia se veía resplandeciente vestida de ese color rojo intenso y alegre, y se notaba que estaba feliz de usar aquel traje. Tomó dos grandes libros que había dejado sobre la mesa de noche. Él los reconoció como dos de los volúmenes con que últimamente había contribuido a la biblioteca de la prisionera – Mire, yo no creo en un Dios castigador y espero que usted tampoco.

- ¿Pero usted no es bolchevique y atea?

Ella movió la cabeza negativamente.

- Yo no creo en el odio ni en la violencia. Yo creo en un Dios compasivo… al igual que estos dos caballeros que nos van a ayudar. Porque ellos le dirán mucho mejor que yo lo que ahora estoy pensando.

Y dejó los libros sobre el lecho de Vasiliev. "Crimen y Castigo". "Resurrección". Sin duda la señora Klikovskaya era otra chiflada seguidora del conde Tolstoi, ese viejo de larga barba blanca, aristócrata renegado, vegetariano, "anarco-cristiano", excomulgado y muerto hacía tres años atrás.

- "Resurrección"… había empezado a leerlo poco antes de… de lo de mi padre. Nunca lo terminé. "Crimen y castigo", no lo he leído aún.

- ¿Por cuál desea partir?

Vasiliev puso su mano sobre la obra de Dostoievski. El sólo título sonaba más acorde a su situación que lo que recordaba de la vacua e indolente vida del príncipe Nejlúdov que Tolstoi narraba en "Resurrección". Claro que no alcanzó a avanzar demasiado.

- ¿Podría leer usted el principio? Me duele un poco la cabeza, no podré fijar bien la vista.

Anastasia acomodó el libro sobre sus piernas.

- "Una tarde extremadamente calurosa de principios de julio, un joven salió de la reducida habitación que tenía alquilada en la callejuela de S… y, con paso lento e indeciso, se dirigió al puente K…"

Vasiliev puso real empeño en prestar atención, pero pronto dejó entender lo que Anastasia leía, y su voz pasó a transformarse en dulce música que le arrullaba mientras contemplaba su angelical belleza. Mucho, muchísimo tiempo más tarde despertó de su ensueño y escuchó sus palabras. A través de la ventana vio como Ilia llevaba a un caballo de pelaje castaño hacia la cuadra. El animal balanceaba la cola juguetonamente, y le seguía manso y perezoso.

- "…Si uno la matase y se apoderara de su dinero para destinarlo al bien de la humanidad, ¿no crees que el crimen, el pequeño crimen quedaría ampliamente compensado por los millares de buenas acciones del criminal? A cambio de una sola vida, miles de seres salvados de la corrupción. Por una sola muerte, cien vidas. Es una cuestión puramente aritmética. Además, ¿qué puede pesar en la balanza social una anciana esmirriada, estúpida y cruel? No más que la vida de un piojo o de una cucaracha. Y yo diría que menos, pues esa vieja es un ser nocivo, lleno de maldad, que mina la vida de otros seres…"

- El caballo… - balbuceó – yo jugaba entre sus patas… él estaba ahí, mi padre…

- ¿Ah? No entiendo de qué me habla… - dijo Anastasia.

"… es un ser nocivo, lleno de maldad, que mina la vida de otros seres…"

- Fue durante la hambruna, hasta entonces él trabajaba con nosotros – continuó Vasiliev – tras la muerte de mis hermanos se volvió así…

Y de pronto rompió a llorar angustiosamente. Anastasia, si bien no comprendió por completo el motivo de su llanto, supo enseguida que eran lágrimas que debieron haberse vertido muchos años atrás. Se sentó en el borde del lecho y acomodó la cabeza del capitán sobre su hombro.


~.~.~

Fue a finales del otoño. Sí, aún era otoño. Se acercaba el peor momento de la hambruna. Iosíf, Riorik y Aliona aún vivían, pero estaban gravemente enfermos. La mayor de mis hermanas, Aliona, era la favorita de mi padre. Estoy… corriendo tras algo… es… ¡Es el perro! ¿Cuál era su nombre…? Ya no lo recuerdo. Era negro y motudo, ágil y pequeñito. Las tripas me suenan, y trato de distraerlas jugando con él. Le lanzo unos trapos amarrados y él me los trae de vuelta. El gato, sentado sobre un barril vacío, mueve la cola como diciendo "¡pero qué idiotas…!" El gato también me agrada. Me gusta ver como sus pupilas rasgadas se transforman en una línea a la luz del sol y pasan a ser casi un círculo a la sombra. Me gustan sus ojos, son como los míos, pero al revés. Los trapos han ido a parar debajo del caballo, y el perro y yo nos metemos en medio. El caballo no se inquieta, no se mueve, ni siquiera cuando en afirmo de sus patas. Miro su barriga castaña sobre mi cabeza. Es como estar dentro de una casa aún más chiquita, se le notan las costillas bajo la piel, como las vigas que sostienen el techo de nuestra choza. Chapoteamos en una charca. Estoy lleno de barro. Mis manos están heladas, y me muevo para conservar el calor, aunque eso aumenta mi hambre. En este momento la prefiero a tiritar de frío. Más rato me echaré sobre la paja, llevaré al perro y al gato y podré dormir mucho mejor cuando me haya cansado de correr, pegado a sus cuerpos tibiecitos.

No presto atención a la puerta de la choza, que se abre. La sombra de papá se proyecta sobre mí. Se inclina. Su rostro aún joven está arrugado y sus ojos enrojecidos. ¿Ha llorado? ¿Ha bebido? Me toma de las manos. No me había dado cuenta, están moradas. Como las tenía tan heladas llegó un momento en que dejé de sentirlas. Me saca de entre medio de las patas del caballo, y luego espanta al gato del barril, que salta a la tierra de mala gana dando un bufido, y se marcha moviendo la cabeza y la cola con aire de desprecio. Se sienta y me pone sobre sus piernas. Mis manos desaparecen entre las suyas, y las frota hasta que mi piel vuelve a ser sonrosada. Yo me siento… me siento muy feliz. Papá es muy grande y muy fuerte, yo creo que mientras esté aquí para protegernos las cosas no pueden ir tan mal. Él lo va a solucionar de alguna forma. Saca un mendrugo de pan de su bolsillo y me lo ofrece. Está un poco duro, ¡pero sabe delicioso! Coge el viejo violín que se apoya contra las tablas apolilladas del cuartucho en que vivimos. Yo me recuesto sobre su pecho, mordisqueando el pan. ¡Toca tan bonito! Pero esta vez es una canción muy triste. Mi corazón se oprime. Me falta el aire. Él se detiene al rato, se tapa la cara con las manos y llora. "Alionushka es una niña muy valiente. Sabe que se irá pronto, así que prefiere que te sirvas su comida. Ella te quiere… te quiere mucho…"

Estiro los brazos tratando de rodear su ancho pecho. Él apoya su mentón sobre mi coronilla y también me abraza. No quiero que Aliona se vaya, es buena, nunca me grita. No entiendo a dónde tiene que irse hasta que me dicen que ha muerto, tres días después. Iosíf y Riorik partieron dentro de esa misma semana. Papá jamás volvió a tocar su violín…



Víctor Jara - Luchín
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Frágil como un volantín
en los techos de Barrancas
jugaba el niño Luchín
con sus manitos moradas
con la pelota de trapo
con el gato y con el perro
el caballo lo miraba.

En el agua de sus ojos
se bañaba el verde claro
gateaba a su corta edad
con el potito embarrado
con la pelota de trapo
con el gato y con el perro
el caballo lo miraba.

El caballo era otro juego
en aquel pequeño espacio
y al animal parecía
le gustaba ese trabajo
con la pelota de trapo
con el gato y con el perro
y con Luchito mojado.

Si hay niños como Luchín
que comen tierra y gusanos
abramos todas las jaulas
pa' que vuelen como pájaros
con la pelota de trapo
con el gato y con el perro
y también con el caballo.
Uf, cada vez me están saliendo capítulos más largos!!

Ojalá se den el tiempo de escuchar "Luchín". Es una de mis canciones favoritas de Víctor Jara, por su sencillez, su dulzura y su crudeza.

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Comments29
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Violette-Kollontai's avatar
aw, emotiva la canción de Luchin! que grande es Victor Jara =)

En fin, tengo que admitir que Antonina se ha ganado mis respetos e este capitulo...¡que ingeniosa y que trepidante!
¿quien lo iba a decir de semejante niña caprichosa? =P

Tambien tengo que decir que... no soporto ver a Julius con Aleksei...... y es tu culpa ¬¬ Tal vez es ahora cuando estoy comenzando a ver que todo es forzado en el manga...y con el idilio de tu otro fic...pues no lo soporto! xDDDD

Eso si, Aleksei como personaje me encanta :la:
Y bueno....realmente la parte que me gusta mucho de este fic es la de Anastasia..es tan tierna!! >w< Ojala el capitan encuentre su salvación, la verdad es que este comportamiento me parece adorable en él.